Este sábado pasado, la formación se hizo general, sin división de niveles (por el factor climatológico), y la charla fue acerca del Primer Mandamiento de la Ley de Dios: AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS. Amar a Dios no es, precisamente, sentir cariño sensible hacia Él, como lo sentimos hacia nuestros padres; porque a Dios no se le ve, y a las personas a quienes no se ve es difícil tenerles cariño. Dios no obliga a eso, pues no está en nuestra mano. Aunque hay personas que llegan a sentirlo, con la gracia de Dios. Amar a Dios sobre todas las cosas es tenerle en aprecio supremo, es decir, estar convencido de que Dios vale más que nadie, y por eso preferirle a todas las cosas. Uno puede estimar más un cuadro que pintó alguien querido a alguno que está expuesto en algún museo, aunque éstos tengan mayor valor artístico. El amor a Dios es apreciativo.
Tenemos que amar a Dios porque Él nos amó primero y debemos corresponderle. El amor se manifiesta en obras más que en palabras. Obras son amores y no buenas acciones.
Amar a Dios es obedecerle, cumplir su voluntad. No hacer mal a nadie. Hacer bien a todo el mundo. Una prueba del amor a Dios sobre todas las cosas es guardar sus mandamientos por encima de todo.
Muchas veces, uno prefiere quedarse en la casa viendo tele, que ir a misa un domingo. O si no, prefiere hacer algún pecadillo frecuente, en vez de rezar y pedir para no caer en la tentación. Preferimos mil y una cosas, antes de Dios, porque "son muy aburridas" las cosas de la iglesia. Nos aburrimos, porque precisamente no queremos descubrir que Dios es algo tan grande y tan bello. Es tarea de todos hacer de lado las cosas que nos apartan de El -nuestros ídolos, nuestras debilidades, nuestros vicios, nuestros pecados- y buscar su paz, su amor.